miércoles, 28 de febrero de 2018

NO

No: palabra maldita y generadora de los peores traumas y desórdenes mentales que podemos decirles a nuestros retoños (según algunas fuentes).
Por mucha frustración que se pueda generar al negarles algo a los más (o menos) pequeños, su uso adecuado es de una importancia vital, pues en mi opinión es la palabra generadora máxima de un orden y libertad personal incomparable.



¿Libertad? ¿El no? ¿Decir que no? Pues si, en la actualidad (y cada día más) asisto a excesos y actitudes desproporcionadas por parte de pequeñ@s en diferentes ocasiones, tales como pataletas, faltas de respeto, conductas y/o comportamientos totalmente inadecuados… por supuesto en un altísimo porcentaje de casos, la responsabilidad final no reside en el infante, pues realmente no tiene información sobre lo inapropiado/inaceptable de su conducta.

No se chilla, corre o salta en un restaurante (o biblioteca), donde hay otras personas que tienen derecho a un momento de tranquilidad. La casa es también tuya, pero precisamente por eso también debes cuidarla y mantenerla bonita y recogida (dentro de lo posible). Cualquier cosa de casa se puede convertir en un juguete, pero no puedes jugar con todo. Tienes derecho a usar el tobogán, pero los demás también. Si juegas a algo con alguien, puedes perder y no pasa nada. No necesitas el dispositivo electrónico para todo, tienes cajas con juguetes, bici, patines…

¿En cuantas ocasiones hemos podido presenciar comportamientos de niños (incluso en presencia de sus padres), en las que ha sido evidente que el niño en cuestión no había oído en su vida alguna de las anteriores frases?

Es seguro que al leer estas frases se os vienen a la memoria multitud de casos en los que al no haber tenido la información adecuada acerca de lo que sí se puede y no se puede hacer, se ocasiona ese comportamiento inadecuado, de manera inconsciente y normalizada por parte del niño en cuestión (y a veces, hasta de los padres).

Una buena definición de libertad es que es ese espacio donde podemos hacer nuestra voluntad, siendo dignos y felices, respetando la voluntad, dignidad y felicidad de los demás. Por lo tanto, un ejercicio pleno de la libertad, exige de límites. Límites razonados (en función de la edad/capacidad), pero límites al fin y al cabo.

El saber lo que sí se puede hacer y hasta dónde (de manera equilibrada, razonable y estable en el tiempo), proporciona seguridad y orientación a los más pequeños (y no tan pequeños).

El manejo de reglas y convenciones sociales (límites al fin y al cabo) les proporciona mecánicas de atención sobre su entorno/realidad, les enseña a gestionar en primera instancia sus deseos/pulsiones y en segunda instancia a gestionar su realidad social, a entender que no se puede todo y no pasa nada y a elucubrar estrategias para llevar a cabo sus planes dentro de lo que sí se puede hacer.

“Es que le explico a mi niño el por qué no puede hacer tal cosa y no lo entiende”. No pasa nada, unas veces no lo van a entender y otras no lo van a querer entender. Una buena respuesta en ese caso podría ser: “no te preocupes hij@ mío, no necesitas entenderlo, esto no lo vas a hacer porque te quiero muchísimo y sé que esto está mal, aunque tú no lo entiendas”.

El problema del no, viene asociado muchas veces al ejercicio de la autoridad, otra de las palabras malditas que nos avergüenza usar. Vamos a ver, si el responsable de tu cuidado y futuro soy yo (y mi pareja), hij@ mío, soy yo (y mi pareja) el que debe decidir qué, cuándo y cómo te educo, las cosas que puedes y no puedes hacer y demás temas importantes que a una personita en crecimiento como tú le interesan y los que no. Y es aquí, donde veo (y siento) un mayor miedo del progenitor.

Como se decía en la película de Spiderman “un gran poder, conlleva una gran responsabilidad” y es aquí, donde suele flaquear la voluntad, al sentir el peso de la responsabilidad de la crianza y se suelen buscar escapatorias y pensar más en lo que hacemos para no ser duros o débiles, que en las consecuencias; si en lo que hacemos con nuestros críos hoy, realmente les lleva a donde nosotros queremos llevarles mañana.

Tan malo es confundir la firmeza con dureza, como la flexibilidad con debilidad. Las reglas o normas están para ser mantenidas, hasta que sea evidente de la necesidad de un cambio. Por ejemplo, no podemos mantener la hora de llegada a casa a un adolescente de 16 hasta los 19 años, habrá que ajustar…

Igualmente, no podemos ser débiles, pensando que somos flexibles. Está claro que la realidad cambiante del día a día exige de adaptabilidad, y las normas también. Está claro que hay veces que no se puede cumplir alguna norma, por razones de fuerza mayor, pero el “elastificar” una norma impuesta por evitarnos la polémica en casa o el esfuerzo de aplicar la consecuencia de la transgresión (algunos desalmados lo llaman castigo), no nos ayuda, pues si lo que hoy está prohibido, mañana lo podemos hacer de tapadillo, lo que genera es que los límites se difuminan y todo el sistema de normas salta por los aires, originando desinformación y enfados por ambas partes…

En suma, debemos intentar aplicar el sentido común, contar hasta diez o cien (según necesitemos), apoyarnos mucho en nuestra pareja (quien tenga la suerte de tenerla para trabajar en equipo y repartir el peso de la responsabilidad), tener en cuenta que cualquier error que podamos cometer hoy no va a ser mortal, ni cualquier éxito definitivo, que esto es una carrera de fondo y que ni es bueno que todo sea perfecto, idílico y de ensueño (porque el mundo no es así) ni que esto sea peor que un cuartel (porque tampoco el mundo es así).

Acordaos de cómo os criaron a vosotros y de qué cosas os gustaron, de las que no, de cómo sois gracias a qué acciones de vuestros padres y tened presente que la rueda ya se inventó. Para esto de la paternidad, los mejores aliados son la memoria, la paciencia, el sentido común y mucha valentía (para decidir, para equivocarse, para corregir…)

jueves, 15 de febrero de 2018

LA FRUSTRACIÓN

Me gustaría pronunciarme sobre la frustración, ese nuevo elemento pernicioso que debemos desterrar de todo proceso de crianza, como si fuera un "amianto educativo". Hemos generado un pozo negro para almacenar términos caídos en desgracia y que, como materiales de pozo negro que son, nos disgusta pronunciarlos, cada día nos suenan más feo y no nos sentimos cómodos utilizándolos, es casi como decir una palabrota. En este grupo hay muchos más, pero los más frecuentes suelen ser:

  • Frustración: elemento pernicioso y a evitar a toda costa, ya que cualquier nivel de frustración es intolerable y no se puede permitir.
     
  • Disciplina: palabra ya casi sucia por principio, unida a rigidez y desdén por el disciplinado.
     
  • Esfuerzo: está superdemostrado que pasarse horas delante de un libro o realizando la misma tarea no sirve y cansa sin resultados.
     
La lista podría alargarse mucho más, pero con estos son suficientes para ilustrar mi punto de vista; como sucede con los medicamentos, debemos tomar la dosis adecuada. Si nos excedemos, nos podemos envenenar y sufrir consecuencias muy negativas, si no tomamos la dosis prescrita en modo y cantidad, no sanaremos e igualmente nos irá mal…

Pues con la frustración, disciplina, esfuerzo y muchos otros términos relacionados, sucede lo mismo: el exceso mata y el defecto hiere.

La frustración, es en suma el germen de la creatividad, del esfuerzo de superación, de establecer metas que hoy no se alcanzan, pero mañana se alcanzarán con disciplina y compromiso. Todas y cada una de las metas que hemos conseguido como seres humanos, han sido nacidas de la frustración. No podíamos hacerlo, hasta que lo hicimos, y lo hicimos con imaginación, esfuerzo y perseverancia.



Es evidente que con los pequeños debemos ser comprensivos y cariñosos, pero si entendemos que las pequeñas frustraciones del día a día hoy, suponen los retos del mañana a mañana, les acompañamos para que ellos venzan sus límites y se vuelvan más competentes, si les acompañamos en sus dificultades, asumimos el error como parte natural del proceso y les hacemos analizar la situación, enfocar el problema y establecer posibles decisiones, estamos haciéndoles más resilentes, más pacientes y reflexivos. Estamos alimentando su capacidad de análisis, creatividad y autoestima, ya que percibirán los retos y su superación como una victoria personal y evidentemente, se sentirán seres en progresión y con capacidad de mejorar. Además de sentirse atendidos y comprendidos por nosotros.

Todo el mundo se equivoca y todo el mundo puede aprender y corregir (también tú, hij@ mío). Aunque hayas hecho algo mal, no pasa nada, vamos a ver cómo lo podemos hacer bien...

viernes, 9 de febrero de 2018

TU HIJO ES ÚNICO Y ESPECIAL... COMO TODOS LOS DEMÁS

Cada vez es más común oír noticias o casos como el de esta chica Británica, que provienen de la idealización de un objetivo en la vida, de la búsqueda de la perfección, de la máxima satisfacción posible, sin  dejar algún resquicio a la frustrante imperfección. Por supuesto que cada uno tiene derecho a aspirar a lo mejor que pueda conseguir en cualquier ámbito vital, pero a veces, este "perfeccionismo vital" tras el  atractivo glamour externo, esconde grandes dosis de egocentrismo y narcisismo. 

Tras leer el reportaje, uno no sabe distinguir si busca una pareja ideal (si es que eso existe) o un candidato para completar su idílica y perfecta existencia (casi con el CV en mano). Esta búsqueda de la perfección absoluta, se basa en varios elementos que parecen desconocer estas personas:

  • Nadie es perfecto (y tú, tampoco).
  • Como nadie es perfecto, el error y los defectos son normales y habituales (si, si, también en ti).
  • No es obligación de nadie cumplir con tus requisitos (ni que tú cumplas con los de otros).
  • Nadie es el ideal, ni va a satisfacer todos tu "requisitos" y aunque encuentres alguien que se acerque, tu tendrás que pensar en las necesidades del otro...

Por supuesto que todos tenemos nuestras prioridades e intereses (total y naturalmente egoístas) a la hora de buscar y/o encontrar pareja, pero como dicen los generales, "ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo" esto es, debemos de ser inteligentes, adaptarnos a la realidad y analizar con perspectiva lo que me ofrece esa persona, lo que me provoca y lo que sucede a él o ella gracias a mí.

Es decir, realizar un ejercicio de autoconocimiento, autocrítica y de aceptación de las propias limitaciones, para entender y aceptar las ajenas y poder empatizar y entablar relaciones personales de calidad y no basadas ni en clichés, ni en "formuarios de requisitos" ni artificios varios.

Enseña a tu hijo que se puede equivocar, razona con él sus errores, dile que le quieres no porque sea perfecto, sino porque es tu hijo y le quieres siempre, aunque te enfades con él. Márcale límites y cuando vaya teniendo edad para entenderlos, explícale por qué están ahí. Exige que te trate igual de bien que tú le tratas, que trate bien a todo el mundo, que exija que todo el mundo le trate igual de bien que él a los demás. Enséñale que todo el mundo necesita cariño, afecto y comprensión igual que él.

En definitiva, no le encierres en una burbuja donde la medida del universo sea su ombligo; el universo no es de adaptarse a ombligos...