No: palabra maldita y generadora de los peores traumas y desórdenes mentales que podemos decirles a nuestros retoños (según algunas fuentes).
Por mucha frustración que se pueda generar al negarles algo a los más (o menos) pequeños, su uso adecuado es de una importancia vital, pues en mi opinión es la palabra generadora máxima de un orden y libertad personal incomparable.
¿Libertad? ¿El no? ¿Decir que no? Pues si, en la actualidad (y cada día más) asisto a excesos y actitudes desproporcionadas por parte de pequeñ@s en diferentes ocasiones, tales como pataletas, faltas de respeto, conductas y/o comportamientos totalmente inadecuados… por supuesto en un altísimo porcentaje de casos, la responsabilidad final no reside en el infante, pues realmente no tiene información sobre lo inapropiado/inaceptable de su conducta.
No se chilla, corre o salta en un restaurante (o biblioteca), donde hay otras personas que tienen derecho a un momento de tranquilidad. La casa es también tuya, pero precisamente por eso también debes cuidarla y mantenerla bonita y recogida (dentro de lo posible). Cualquier cosa de casa se puede convertir en un juguete, pero no puedes jugar con todo. Tienes derecho a usar el tobogán, pero los demás también. Si juegas a algo con alguien, puedes perder y no pasa nada. No necesitas el dispositivo electrónico para todo, tienes cajas con juguetes, bici, patines…
¿En cuantas ocasiones hemos podido presenciar comportamientos de niños (incluso en presencia de sus padres), en las que ha sido evidente que el niño en cuestión no había oído en su vida alguna de las anteriores frases?
Es seguro que al leer estas frases se os vienen a la memoria multitud de casos en los que al no haber tenido la información adecuada acerca de lo que sí se puede y no se puede hacer, se ocasiona ese comportamiento inadecuado, de manera inconsciente y normalizada por parte del niño en cuestión (y a veces, hasta de los padres).
Una buena definición de libertad es que es ese espacio donde podemos hacer nuestra voluntad, siendo dignos y felices, respetando la voluntad, dignidad y felicidad de los demás. Por lo tanto, un ejercicio pleno de la libertad, exige de límites. Límites razonados (en función de la edad/capacidad), pero límites al fin y al cabo.
El saber lo que sí se puede hacer y hasta dónde (de manera equilibrada, razonable y estable en el tiempo), proporciona seguridad y orientación a los más pequeños (y no tan pequeños).
El manejo de reglas y convenciones sociales (límites al fin y al cabo) les proporciona mecánicas de atención sobre su entorno/realidad, les enseña a gestionar en primera instancia sus deseos/pulsiones y en segunda instancia a gestionar su realidad social, a entender que no se puede todo y no pasa nada y a elucubrar estrategias para llevar a cabo sus planes dentro de lo que sí se puede hacer.
“Es que le explico a mi niño el por qué no puede hacer tal cosa y no lo entiende”. No pasa nada, unas veces no lo van a entender y otras no lo van a querer entender. Una buena respuesta en ese caso podría ser: “no te preocupes hij@ mío, no necesitas entenderlo, esto no lo vas a hacer porque te quiero muchísimo y sé que esto está mal, aunque tú no lo entiendas”.
El problema del no, viene asociado muchas veces al ejercicio de la autoridad, otra de las palabras malditas que nos avergüenza usar. Vamos a ver, si el responsable de tu cuidado y futuro soy yo (y mi pareja), hij@ mío, soy yo (y mi pareja) el que debe decidir qué, cuándo y cómo te educo, las cosas que puedes y no puedes hacer y demás temas importantes que a una personita en crecimiento como tú le interesan y los que no. Y es aquí, donde veo (y siento) un mayor miedo del progenitor.
Como se decía en la película de Spiderman “un gran poder, conlleva una gran responsabilidad” y es aquí, donde suele flaquear la voluntad, al sentir el peso de la responsabilidad de la crianza y se suelen buscar escapatorias y pensar más en lo que hacemos para no ser duros o débiles, que en las consecuencias; si en lo que hacemos con nuestros críos hoy, realmente les lleva a donde nosotros queremos llevarles mañana.
Tan malo es confundir la firmeza con dureza, como la flexibilidad con debilidad. Las reglas o normas están para ser mantenidas, hasta que sea evidente de la necesidad de un cambio. Por ejemplo, no podemos mantener la hora de llegada a casa a un adolescente de 16 hasta los 19 años, habrá que ajustar…
Igualmente, no podemos ser débiles, pensando que somos flexibles. Está claro que la realidad cambiante del día a día exige de adaptabilidad, y las normas también. Está claro que hay veces que no se puede cumplir alguna norma, por razones de fuerza mayor, pero el “elastificar” una norma impuesta por evitarnos la polémica en casa o el esfuerzo de aplicar la consecuencia de la transgresión (algunos desalmados lo llaman castigo), no nos ayuda, pues si lo que hoy está prohibido, mañana lo podemos hacer de tapadillo, lo que genera es que los límites se difuminan y todo el sistema de normas salta por los aires, originando desinformación y enfados por ambas partes…
En suma, debemos intentar aplicar el sentido común, contar hasta diez o cien (según necesitemos), apoyarnos mucho en nuestra pareja (quien tenga la suerte de tenerla para trabajar en equipo y repartir el peso de la responsabilidad), tener en cuenta que cualquier error que podamos cometer hoy no va a ser mortal, ni cualquier éxito definitivo, que esto es una carrera de fondo y que ni es bueno que todo sea perfecto, idílico y de ensueño (porque el mundo no es así) ni que esto sea peor que un cuartel (porque tampoco el mundo es así).
Acordaos de cómo os criaron a vosotros y de qué cosas os gustaron, de las que no, de cómo sois gracias a qué acciones de vuestros padres y tened presente que la rueda ya se inventó. Para esto de la paternidad, los mejores aliados son la memoria, la paciencia, el sentido común y mucha valentía (para decidir, para equivocarse, para corregir…)